miércoles, 27 de enero de 2010

BIOGRAFÍA DE DON MIGUEL CASTULO DE ALATRISTE



El general Miguel Cástulo Alatriste, hombre de ciencia, difundió la luz de su saber en la cátedra y desde las páginas del libro, poniendo en práctica el medio más seguro de redimir al pueblo; demócrata sincero, luchó en el foro, en la tribuna, en los comicios, por los derechos de éste; y soldado, expuso la vida y al fin la sacrificó en aras de la independencia y la libertad.
Nacido en humilde, aunque no ínfima esfera, supo elevarse en la escala social merced a su claro talento y a su espíritu progresista. Más todo lo sacrificó: posición, bienestar y aun la vida, en defensa de la noble causa que abrazara.
Nacido en la ciudad de Puebla, en marzo de 1820, alumbraron sus primeros pasos los albores de la independencia nacional, y sus prístinas ideas de niño pudieron confundirse con las de la patria y libertad.
Fueron sus padres D. Joaquín Alatriste y Da. Francisca Castro, naturales de aquella ciudad; honrados miembros de la clase media, que no carecían de ilustración y que fueron bastante despreocupados para desarrollar la inteligencia del pequeño Miguel con tacto exquisito y nutriendo su corazón con sanos principios de moral. Después de cursar la instrucción primaria, el niño fue dedicado por su padre al aprendizaje del propio oficio, que era el de sastre, con lo cual contrarió la irresistible inclinación de Miguel, que deseaba seguir una carrera literaria; sin embargo, se sometió a la autoridad paterna y en breve tiempo adelantó de tal modo en el oficio, que podía desempeñar a su padre cumplidamente en el taller, cuando apenas tocaba a la edad de doce años.
Continuó Alatriste auxiliando a su padre en el trabajo del taller, hasta la edad de diecisiete años; mas no pudiendo vencer más su pasión por el estudio, ingresó al Colegio del Estado, denominado entonces Carolino, matriculándose en la cátedra de primer curso de latín el año 1837. Desde luego se distinguió por su aplicación y su clarísimo talento, y el siguiente año aventajó a sus compañeros en la cátedra de sintaxis, sin embargo de que se matriculó estando muy avanzado el curso, habiendo estudiado la prosodia solo y sin más auxilio que el de algunas consultas que le daba el maestro de sintaxis don José Anastasio Rego. Al sustentar examen sobresalió entre los más distinguidos de la cátedra; por lo que en premio, se le adjudicó una beca de gracia y de honor; según lo certificó el expresado catedrático. En los llamados cursos de filosofía obtuvo siempre el primer lugar supra locum. Hizo en tres años los estudios de jurisprudencia, siéndole otorgada la dispensa de dos de los cinco que formaban el tiempo legal, por hallarse más que apto para recibirse de abogado.
Una vez recibido, en 1843, obtuvo una cátedra de derecho en el colegio de San Juan de Letrán en México, sin que por esto dejara de cultivar otras ramas de la ciencia, como lo demuestra el haber escrito un tratado de cronología “dedicado a la juventud de su cara patria”, que fue impreso en 1844; y el haber regenteado por algún tiempo una cátedra de matemáticas, que a promoción suya se estableció en el Colegio del Estado de Puebla, poco después de aquella fecha.
Tampoco fueron extrañas para él las bellas letras. El año de 1846 fundó en México una Academia de Literatura, que se reunía en la casa del joven Ramón Sierra, discípulo suyo, y de la cual fueron socios, entre otros, D. Eligio Villamar y el después notable literato D. Francisco Granados Maldonado. En el seno de la Academia leyó Alatriste varias composiciones suyas, mereciendo unánimes aplausos, particularmente por un poema titulado “Abel”.
El mismo año de 1846, casó con doña Josefa Conrada Cuesta, ilustrada y fuerte matrona, que más tarde supo compartir con su esposo las penalidades del destierro y de la guerra. Numerosa familia hubieron de este matrimonio, siendo de notarse que por su genialidad, quiso Alatriste que sus hijos varones llevaran los nombres de los arcángeles, viendo completo el número de siete requerido al efecto.

En octubre del repetido año de 1846 fue nombrado capitán de la 5a compañía del batallón de guardia nacional “Hidalgo”, a cuya cabeza tomó parte en la defensa del valle de México, en contra del invasor norteamericano, hasta el último combate librado allí. El gobierno general le expidió un diploma honorífico por estas acciones en que se halló. Perdida la capital, se retira a Puebla en 14 de octubre de 1848, se le nombró primer fiscal interino del Tribunal de Justicia del Estado; y desempeñó sucesivamente diversos cargos judiciales y del municipio, así como de la guardia nacional.
Dos veces fue desterrado de su ciudad natal, durante la última administración de Santa Anna. Hacia fines de 1853 la suspicacia del comandante general de Puebla, descubrió en él un terrible adversario de la tiranía militar reinante, y a pretexto de que conspiraba contra el orden, fue consignado a Córdoba, de donde regresó a poco tiempo por falta de constancias para probar el supuesto delito, pero después se le acusó de nuevo y fue enviado a Medellín del estado de Veracruz, en donde estuvo a punto de morir envenenado por un español a quien azuzaban los santanistas, declarados enemigos de Alatriste.
En los primeros meses del año 1857 fue electo popularmente gobernador de Puebla, permaneciendo en aquella ciudad hasta diciembre del mismo año, en que por la infidencia de Comonfort surgieron conspiraciones y graves trastornos en el estado, que lo obligaron a abandonar la capital, dirigiéndose a los pueblos de la sierra del norte, que, convencidos en su mayoría a la causa la libertad, permanecían fieles y dispuestos a la guerra. El general Miguel Negrete, con una sección de infantería y artillería lo perseguía muy de cerca; más no se atrevió a pisar en terrenos de la sierra. Alatriste llegó á Zacatlán el l° de enero de 1858, hallando un batallón de guardia nacional que organizó debida mente, y el 6 del propio mes salió al encuentro de Negrete, con el expresado batallón y un piquete de la fuerza que sacó de Puebla al abandonar aquella capital, contando con que se le incorporaría una pequeña partida de voluntarios que traía del estado de Tlaxcala el Lic. Manuel Saldaña.
Negrete había concentrado su fuerza en Tlaxco, y al avistarse el jefe constitucionalista, se contra pronuncio incorporándose a éste, que no confiando en la buena fe del primero, pues comenzaba esa serie de veleidades que en aquella época le dieron triste celebridad, procuró separarse pronto de él, marchando al estado de Veracruz con su pequeña sección. A poco tiempo de haber llegado a Orizaba, se encontró sin recursos para sostener aquélla, porque intrigas que no es del caso referir, le privaron de auxilios pecunarios de parte del gobierno general.
Agotó los medios posibles de proporcionarse recursos, y cuando careció por completo de ellos para ministrar haber a sus soldados, él mismo se abstuvo de tomar alimento en la casa donde se alojaba su digna consorte, comiendo del miserable rancho que podía proporcionar a su tropa. Transcurridos algunos días de esa voluntaria abstinencia, redobló sus ruegos aquella sufrida matrona, que compartía con él las penalidades de la guerra en unión de sus tiernos hijos, a fin de que se alimentara, y entonces Ala-triste la dijo llorando. — “¿quieres que coma si mis soldados llevan tres días de no comer?”
Aquella situación se hizo insostenible, y por fin, Alatriste regresó con parte de su fuerza al estado de Puebla, dejando el resto al servicio del de Veracruz. Se situó en Teziutián, y comenzó a expedicionar, tomando la plaza de Tuxpan y derrotando una fuerza reaccionaria en el punto denominado Filipinas, en el estado de Veracruz. Volviendo al de Puebla, ocupó la plaza de Zacapoaxtla, tras rudísimos combates con los indios de aquel distrito, gente muy belicosa y aguerrida, que con un fanatismo exaltado hasta el delirio defendió desesperadamente sus inexpugnables posiciones.
Destruido este único foco de la reacción que existía en la Sierra de Puebla, volvió Alatriste a situarse en Teziutlán, con el objeto de organizar la administración pública en la parte del esta do que lo reconocía, así como los elementos militares de la Sierra; pero se le esperaba una nueva decepción, pues algunos jefes influentes en ésta no se le mostraron diferentes, a causa de haber surgido la tendencia a procurar cierta autonomía a esta parte del estado.
Afortunadamente para Alatriste y la causa que sostenía, el cura de Iztacmaxtitlán, D. José Ma. Cabrera, antiguo y resuelto liberal, le ofreció un asilo y un centro de operaciones a la vez, en aquel pueblo situado en un punto estratégico y formidable, que jamás osaron pisar las fuerzas reaccionarias, y cuyas abruptas y gigantescas sierras avanzan hacia la Mesa Central. Desde ahí emprendió diversas expediciones, obteniendo la victoria en distintos combates, como en el asalto y toma de Huamantla y de otros puntos considerados inexpugnables baluartes de la reacción.
En sus momentos de descanso entregábase a departir con el expresado párroco, en conversaciones literarias llenas de esprit, o en científicas discusiones acerca de las matemáticas y de antigüedades mexicanas, en las que el presbítero Cabrera fue muy versado.
En 1860 se trasladó al estado de Tlaxcala, y cuando por disposición del gobierno constitucional se organizó el Ejército de Oriente, se incorporó a él con su brigada, tomando parte en sus operaciones hasta la ocupación de México en l° de enero de
1861.
En seguida se dirigió a Puebla, donde el jefe reaccionario Chacón, sin embargo de haberse sometido al gobierno triunfante, se opuso a la entrada de Alatriste, quien no tomó posesión de la capital de su estado, sino hasta que le apoyó una fuerte división del ejército vencedor, viéndose en ello una muestra de lo impecable que es el partido retrógrado con los hombres que, como Alatriste, lo combaten más con las armas de la razón que con las del guerrero, enseñando al pueblo sus derechos, y a pensar libre de preocupaciones y de trabas dogmáticas.
El 13 de febrero del año citado lo ascendió el gobierno de la federación a general graduado, y después le expidió el siguiente diploma: “El C. Benito Juárez, presidente interino constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, de acuerdo con todo su gabinete, —En el nombre de la Nación Mexicana, y como una prueba eterna de reconocimiento al C. Miguel Cástulo de Alatriste, que en la clase de gobernador del estado de Puebla combatió los años de 58, 59 y 60 la facción que se apoderara de la capital de la república, ha dispuesto se le extienda este diploma que acreditará para siempre el acendrado patriotismo y abnegación del ciudadano que tuvo la gloria de salvar a su patria de la tutela en que por cuarenta años la tuvieron las clases que se han creído privilegiadas en la república. —La Secretaría del Ministerio de la Guerra tomará razón de este diploma, que además del mérito que acredite al que lo obtuviere, le servirá para que en cualquier caso sea atendido en lo que solicite con preferencia a los ciudadanos que no se hallen en las mismas circunstancias. — Dado en el Palacio Nacional de México, en el mes de marzo de 1861, primero de la reforma —Benito Juárez Jesús Ortega”.
Reunida la Legislatura del Estado marchó al principio en armonía con el Ejecutivo; mas a poco surgió en el seno de aquella asamblea una fracción oposicionista, cuyo núcleo eran los diputados de la sierra. En la sesión del 15 de abril del referido año de 1861, varios diputados formularon diversos cargos al gobernador, atacándole rudamente; él, demostrando suma prudencia, que se tradujo por debilidad, y un profundo respeto a la re presentación del estado, se sinceró de aquellos cargos, calman do así de pronto la oposición

En agosto del propio año salió en unión de los generales Tapia y Carbajal a perseguir, rumbo a Chaichicomula, una fuerte partida de reaccionarios que había penetrado a territorio del estado, y la cual, eludiendo la persecución, por medio de un rápido giro, se dirigió a la capital atacando sin éxito la pequeña guarnición que la defendía: la fuerza perseguidora, viniendo sobre los pasos de los reaccionarios, les dio alcance en Texmelucan, derrotándola completamente y causándole bajas de importancia, entre ellas la del jefe español D. Juan Cobos. No obstante el completo fracaso de los reaccionarios, el gobernador fue acusado en la Legislatura de imprevisión al separarse de la capital, dejándola débilmente guarnecida. Alatriste, con una abnegación y un civismo de que se han dado tan raros ejemplos en el país, hizo renuncia de su alto puesto, sacrificando su personalidad en aras del respeto que tributaba al primer poder del estado y de la armonía entre éste y el Ejecutivo. Retirado a la vida privada, estableció de nuevo su bufete, en el que tan buen nombre le habían conquistado su talento y su probidad.
Poco tiempo estuvo alejado de la vida pública, pues en enero de 1862, al amagar la guerra de intervención, fue nombrado segundo del comandante militar de Puebla, general González Mendoza, a quien ayudó eficazmente en el gobierno y en la organización e instrucción militar de las tuerzas del Estado, dando muestras siempre de una inteligencia superior, así como la había dado de su modestia al aceptar un puesto secundario, después de haber ocupado el primero en el estado.
En marzo del propio año se le designó para mandar una pequeña sección de tropas, destinada a marchar a Izúcar de Matamoros, con el objeto de cerrar el paso a una fuerte partida de infidentes, encabezada por Márquez y otros jefes, que del rumbo de Cuernavaca avanzaba hacia el estado de Puebla, por Chiautla, y en cuya persecución venía Carbajal.
Alatriste recibió orden de avanzar hasta Chiautla, y se desprendió de Matamoros, dejando una corta guarnición; derrotó una partida que amagaba la plaza de Xonacate, y regresó vio lentamente a Matamoros, a donde se dirigía el grueso del enemigo, libre ya de la persecución de Carbajal, quien sin previo aviso de Alatriste había retrocedido.
Este al avistarse a Matamoros, halló al enemigo, fuerte de más de cuatro mil hombres, circunvalando la plaza, en las primeras horas del día 10 de abril; intentó forzar el sitio, mas estrellándose ante la fuerza del número inmensamente superior al de su pequeña columna, se posesionó de la eminencia del Calvario, siendo atacado en el acto por gruesos pelotones de caballería enemiga, que seguros del triunfo cargaron impetuosamente.
Rechazó una tras otra varias cargas cada vez más terribles, pues por momentos aumentaba el número de los asaltantes, que acudían de todos los puntos de la circunvalación y durante seis horas de incesante luchar, no cedió un palmo del terreno defendido.
Mas no podía prolongarse demasiado tiempo ese combate de ocho contra cien, sin embargo de que el enemigo comenzaba a cejar en sus cargas, dominado por el prestigio del heroísmo. Los fuegos disminuían sensiblemente en la línea de los liberales a quienes se agotaban las municiones. Lo notó el enemigo, cobrando alientos para intentar un supremo esfuerzo, y atacó la posición por todos sus flancos en el momento en que Alatriste, disparado el último cartucho por sus soldados, los reconcentraba para formar cuadro y resistir a la bayoneta. En este movimiento simultáneo de ambos combatientes, cortó el enemigo un pelotón de soldados del l° de Puebla, gente colecticia y sin principios que se pasó a las filas de aquél, dándole noticia de la falta de municiones a que hemos hecho referencia.
En el momento fue envuelta, dispersada y, en suma, hecha trizas la pequeña fuerza de Alatriste; más éste no dejó de luchar, sino hasta que herido en el brazo izquierdo, fue derribado del caballo y hecho prisionero. Las últimas órdenes que dictó revelan el temple de su alma: —“Compañeros, dijo a los jefes de batallón, a formar cuadro; después de quemado el último cartucho, resistiremos a la bayoneta, y... nos sujetaremos a la muerte”.
Conducido a Matamoros, pidió como único favor que se le permitiera redactar el parte oficial de su último combate, como lo hizo, recomendando el valor de sus soldados, que, en número de quinientos, lucharon contra cuatro mil; mas sin decir una palabra de su propio heroísmo.
En el curso de la noche se le oyó repetir las palabras de un filósofo latino: Dulce pro patria mori. Mientras cenaba, lo visitaron Liceaga, Benavides y otro jefe. Uno de ellos le interpeló. — ¿Cómo ha venido usted a exponerse con tan poca fuerza, y cómo es que habiendo llegado cerca de AtIixco, regresó usted a Matamoros? —
Porque mi deber lo exigía, contestó Alatriste. Y añadió sonriendo tristemente: — “iba yo a hacer a Puebla con mis soldaditos, dejando abandonados a los que se defendían aquí? —No hay redentor que no sea crucificado, observó filosóficamente Benavides. —Es verdad, repuso Alatriste; Sócrates, Jesús y tantos otros.
Durante la noche se le propuso que se retractara públicamente de sus principios, para salvar su vida, o que la rescatara por una fuerte cantidad de dinero. Rechazó lo primero con indignación, y contestó a lo segundo que la suma propuesta era muy superior a su posibilidad. Al amanecer del día 11 de abril, aniversario, por rara coincidencia, de los asesinados de Tacubaya, fue conducido Alatriste al lugar del suplicio, próximo a una capilla abandonada. Marchó con paso natural y seguro, y cuando se le quiso vendar no lo permitió. Llegado el momento fatal ex clamó con voz firme y sonora: Muero pidiendo por el bien de mi patria y el de mi familia. Y luego, dirigiéndose a los soldados que formaban el pelotón, les ordenó enérgicamente: — ¡Disparen con valor, que muero por mi patria!
Su cuerpo quedó ahí abandonado, hasta que algunas personas humanitarias lo depositaron en una caja de madera corriente, inhumándolo en el interior de la capilla, donde permaneció hasta noviembre del expresado año de 1862, en que por gestiones del ya mencionado presbítero Cabrera, fue trasladado a Puebla, donde fueron tributados a aquellos venerables despojos los honores civiles y militares, debidos al que en vida prestó servicios tan eminentes a la patria y a la libertad.
Alatriste, fue educado en un medio favorable para el armónico desarrollo de sus facultades, fue un hombre física e intelectualmente vigoroso, moral y estéticamente predispuesto al bien y amante de lo bello en el arte y en la literatura.
No tuvo, sin embargo, educación completa en lo relativo a la formación de su carácter. De inquebrantable energía siempre que se trató de principios políticos, fue débil con sus adversarios cuando creyó sacrificar su sola personalidad: pero ellos le castigaron cruelmente por esta deficiencia de su educación.
Más en cambio supo sobreponerse a las preocupaciones de su época. Odió y combatió la tiranía bajo todas sus formas: la del sable, la del clero, y la más ominosa de todas, la del oscurantismo. Al sucumbir gloriosamente en la lucha, pudo repetir las propias palabras vertidas por él en un discurso patriótico: “Ciudadanos, la muerte no es un mal si se muere con gloria; morir es un deber si se muere por la patria!.

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